En numerosas ocasiones hemos visto en noticiarios o en películas, tristes imágenes de personas que acababan de perder su puesto de trabajo, especialmente en Estados Unidos, y que, cabizbajos, dejaban las oficinas en las que habían trabajado durante años con una caja de cartón en la que llevaban sus pocas pertenencias personales.
En nuestros lares los procesos de despido o de prejubilación no son exactamente iguales a los que podemos ver en el cine pero, por desgracia, cada vez más se asemejan a los que vemos en otras partes del mundo y, aunque a veces pueden entenderse las decisiones que toman las empresas, la manera en que estas se llevan a cabo tienen una gran importancia.
No se trata de una caja con unos pocos enseres, se trata de una caja que no vemos en la que se acumulan años de vivencias, de alegrías y de tristezas y, con mayor o menor fortuna, años de contribuir a la marcha de esa compañía que ahora nos vemos obligados a abandonar.
La forma en la que los procesos de prejubilación o de despido se llevan a cabo dicen mucho sobre los valores y sobre la humanidad de una empresa. Esos procesos no solo tienen que estar diseñados de una forma en la que se materialice el respeto por la persona que debe dejar la compañía, sino que deber hacerse así porque todos aquellos que siguen en la misma van a estar especialmente atentos a la forma en la que la empresa en la que seguirán durante un buen tiempo se deshace de aquellos a los que ya no necesita.
Es ley de vida: en las empresas a veces contratamos y a veces nos desprendemos de colaboradores pero, tanto cuando contratamos como cuando tenemos que desprendernos de ellos, jamás debemos olvidar que se trata de personas, con sus necesidades, sus ideas y su sensibilidad.
Si algún día fueras tú el despedido o el prejubilado, piensa en cómo te gustaría vivir ese momento tan complejo. No hay mucho más que decir. Despedida y cierre.