Es obvio que, cuando las cosas se ponen verdaderamente difíciles, es cuando se pone a prueba la cohesión y resiliencia de las organizaciones y la verdadera capacidad de liderazgo de sus dirigentes.
No hablaré en este corto artículo de las supuestas capacidades de buena parte de los líderes políticos de tantos países que a duras penas saben o pueden gestionar el día a día de sus administrados y que, cuando vienen verdaderamente mal dadas, comenten asombrosas pifias y desgarran todavía más las maltrechas costuras de las sociedades que supuestamente lideran. Habrá otros momentos y otros foros para esas disquisiciones.
Sin embargo, en cualquier organización: política, pública, empresarial o sin ánimo de lucro, un liderazgo sólido es, en estos precisos momentos, una garantía de futuro. Mantener la cohesión de los equipos, defender con firmeza el propósito de la empresa a pesar de las dificultades, liderar con empatía, de manera equilibrada, transmitiendo confianza y diciendo siempre la verdad. Comunicando y escuchando y no haciendo propaganda.
No existen grandes líderes. Existen grandes equipos que, con el liderazgo adecuado, consiguen sobresalir y adaptarse con flexibilidad y creatividad a las más adversas circunstancias.
Siempre he defendido que la principal dificultad que tiene que aceptar un CEO es que la mesa de su despacho es la última mesa en la cadena de la toma de decisiones. No hay nadie más allá. Aquellos que reportan a un consejo de administración saben perfectamente que, a la mesa del consejo, hay que llegar “con los deberes hechos” y con las propuestas claras y, si uno tiene suerte, cosa que no siempre ocurre, el consejo puede servirle como una plataforma para testear ciertas medidas y obtener algunas sugerencias y recomendaciones, pero a la hora de la verdad, la última mesa sigue siendo la tuya.
Nos encontramos ante un momento de la verdad y, aunque superaremos esta crisis más pronto que tarde, muchas organizaciones y sus diferentes órganos de gobierno tienen que escudriñar con atención cual ha sido la reacción de sus líderes ante la situación en la que estamos y tienen también que preguntarse si sus organizaciones estaban suficientemente preparadas para momentos de disrupción como los que vivimos o si algo distinto podría haberse hecho en los últimos años.
Tal vez nos encontremos ante una oportunidad para poder transitar hacia liderazgos más sólidos y humanistas.