En la parte final de 2021 se publicará, Dios mediante, mi nuevo libro. Un ensayo irreverente y sarcástico titulado «El siglo de la estupidez». Un título provocador, sin duda. Tan provocador como el título de este breve post: «Las redes asociales», protagonistas, entre otros muchos, de ese libro.
Recuerdo las enormes esperanzas que se pusieron en las llamadas redes sociales cuando nacieron hará cerca de quince años. Que si la democratización de la información había llegado al mundo, que si la libertad contaba con una nueva y poderosa herramienta, que si estábamos ante la comunicación sin fronteras, etc., etc.
Lo cierto es que, tantos años después, parece evidente que todas esas esperanzas eran infundadas. Magníficas herramientas tecnológicas puestas al alcance de sociedades con defectos evidentes y muy polarizadas, lo único que han conseguido es magnificar esos defectos y profundizar en la polarización.
Cada vez más las empresas hacen uso de las redes para potenciar su comunicación y como canal adicional de sus políticas de marketing. Deben, sin duda, ser muy conscientes de las implicaciones éticas de la utilización de las redes, y hacerlo en base a protocolos adecuados.
Borreguismo, frivolidad y polarización, son tres de las principales consecuencias de la utilización de las «redes asociales». Pero todo esto no es culpa de las redes, ni de sus creadores, ni de los gobernantes. No debemos hiperregularlo todo. Eso acabaría privándonos de la libertad. Somos los individuos, sus usuarios, los ciudadanos libres, los que debemos cambiar esa realidad. Cambiemos nosotros.