La eficiencia es uno de los principales objetivos del management. Simplificar los procesos y reducir los costes permite disminuir el denominador de la fórmula de la productividad e incrementar los resultados.
Sin duda la digitalización y la robotización de las tareas más rutinarias favorece la mejora de la eficiencia y la disminución de los errores, pero quedan muchas tareas que todavía requieren de la intervención humana, lo que comporta un incremento de la presión laboral que se traduce, a menudo, en más horas de trabajo, y más en el teletrabajo.
La lógica que subyace a la eficiencia humana es que los rendimientos pueden mejorar si el trabajador se esfuerza más y que se trata de un simple problema de poca voluntad y de escasa actitud ante el trabajo. En consecuencia, una dirección fuerte y exigente conseguirá mejores resultados, cuándo en realidad lo que acaba provocando son organizaciones estresadas, tensas, agresivas y agotadas que aportan poco de lo que realmente diferencia a los humanos de las máquinas. Y la naturaleza nos ha enseñado que los seres excesivamente estresados disminuyen su actividad y, en extremo, mueren.
Quizás la eficiencia no debería ser uno de los pilares del management y debería cambiarse por la adaptación. Como en la teoría de Darwin, no son los individuos más fuertes los que sobreviven sino lo que mejor se adaptan al entorno y una organización excesivamente eficiente difícilmente se podrá adaptar.
Dejemos para las máquinas los procesos eficientes y dediquemos los equipos a las tareas más humanas, potenciemos la imaginación, la curiosidad, el pensamiento crítico y cruzado, la orientación al servicio o el aprendizaje compartido. Estos factores pueden garantizar más el futuro que hacer más de lo mismo, con menos recursos y con más sufrimiento.