¿Se acuerda usted? No son tiempos tan lejanos. Cuando uno descolgaba el auricular sin premeditación o necesidad de agendar la llamada previamente, movido por la necesidad de comunicar, para decir te quiero a su pareja, para felicitar a un amigo en su cumpleaños o, solamente para saber cómo estaba un familiar.
¿Y en el mundo profesional? Para hablar con ese proveedor y aclarar en el acto porqué estaban habiendo problemas en una entrega, o con aquel cliente para obtener garantías de cobro de uno de sus pedidos, o con un colega de departamento para debatir los detalles de los nuevos procesos que se están discutiendo.
Pero esos tiempos acabaron. El propio teléfono ya no es lo que era, aquel artilugio arcaico que se “colgaba” y “descolgaba” y que servía para hablar. Ahora es una moderna pantalla plana que, literalmente, no se “cuelga” y que se utiliza para casi todo, pero casi nunca para hablar, por lo menos a la antigua usanza, porque se ha extendido la discutible costumbre de que grabar un mensaje de voz en el aparato que luego se envía a su destinatario a través de otras aplicaciones, sustituye a una buena conversación, con sus tonos y sus matices.
Y en esas estamos. La evolución de la tecnología o, mejor dicho, la evolución de nuestra propia tendencia a la comodidad, -no le echemos siempre la culpa a la pobre tecnología-, provoca en ocasiones que una llamada de las de antes (o una llamada por video conferencia) sin programar, sea considerada como una intromisión intolerable en la intimidad y en la agenda del destinatario de la llamada. Y, tanto se va asentando esa costumbre que, incuso ante un tema urgente, tendemos a agendar previamente la llamada que permita desbloquear su solución, grabar el susodicho mensaje de voz o, lo que es más hilarante, confiarnos a una interminable cadena de correos electrónicos con el añadido URGENTE, siempre sujetos a una posible interpretación inadecuada, o a la dificultad de ser contestados en tiempo y forma. Ya se sabe, a las palabras las carga el diablo.
Es cierto que disponemos de la magnífica herramienta de las video conferencias, de multitud de formas de contactar con la gente y de las plataformas de trabajo compartido, pero hace ya tiempo que tengo la sensación de que estamos perdiendo la espontaneidad, la forma humana de resolver un conflicto, la magia de la voz, del tono y de sus múltiples matices, muy, muy efectivas, cuando se pronuncian justo en el momento oportuno.
Cinco minutos de conversación telefónica, o por cualquier otro medio, son mucho más eficaces y eficientes que docenas de correos cruzados. Tal vez sea el momento de, disfrutando de las capacidades que nos ofrece la tecnología, volver a la cultura ancestral de comunicación que siempre representó nuestro añorado teléfono.