Tras muchos meses de trabajo en remoto, de centenares de video conferencias y reuniones virtuales, de utilizar todas las herramientas posibles de trabajo colaborativo online, etc., etc., muchos de nosotros estamos asistiendo, tímidamente todavía, a una vuelta al trabajo normal.
Vuelta a la oficina, vuelta a las reuniones presenciales, vuelta a las visitas y a las entrevistas en persona. Estamos tornando a una cierta normalidad, aunque es obvio que va a combinarse en el futuro, espero que sabiamente, con la utilización de las herramientas y capacidades que hemos incorporado durante este año atípico.
Quisiera destacar en este breve post algunas sensaciones que he tenido en las últimas semanas. Sensaciones que tenía medio olvidadas y que han vuelto con fuerza. Sensaciones, por ejemplo, que tuve recientemente en una reunión, alrededor de un buen café. Un reencuentro después de mucho tiempo para explorar oportunidades de trabajo conjunto con un antiguo colaborador.
Esa hora y media, me supo a gloria. Fue un espacio de tiempo verdaderamente concentrados el uno en el otro, en lo que nos estábamos diciendo y en cómo lo hacíamos, cuál era nuestro mensaje verbal y no verbal, con un café humeante entre las manos, físicamente cerca. Lo de menos, casi, era el objetivo de la reunión.
Comparada con sus homólogas virtuales, aquel encuentro prácticamente no tuvo opción para las distracciones. No te iban entrando e-mails que ibas ojeando furtivamente mientras avanzaba la reunión. No tenías abierto en otra pantalla aquel informe que estabas leyendo antes de comenzar la charla y que, casi sin querer, acaparaba todavía una parte de tu atención. No podías sigilosamente contestar a aquel par de WhatsApp que te estaban entrando en tu teléfono móvil. Aquel encuentro fue magnífico, antiguo incluso, me atrevería a llamarlo.
Con independencia del resultado de negocio de la reunión en sí, los avances que se produjeron en la calidad humana de la relación fueron indiscutiblemente mejores que si la misma se hubiera producido en formato virtual. El solo hecho de que ambos contertulios tuvimos que desplazarnos físicamente a un lugar de encuentro, aunque ese desplazamiento no consumiera más que unos minutos; esa pequeña inversión adicional de tiempo y esfuerzo, subraya la importancia que para ambas personas tenía el hecho de encontrarnos. Cosas normales hasta hace muy poco y cosas que deben regresar a la mayor velocidad posible sino queremos seguir asistiendo a una regresión de las relaciones humanas en el mundo de los negocios.
Los negocios son siempre relaciones y cuanto mejores sean las relaciones humanas entre las personas que forman parte de un negocio, sean estas las que sean: cliente – proveedor, empleado – supervisor, socio – socio, etc., mejores serán las posibilidades de tener empresas sólidas y sostenibles.
Es cierto que podemos apoyarnos en la tecnología, que nos ha sido muy útil, y seguirá siéndolo durante mucho tiempo, pero tenemos que saber cuando toca sentarnos con alguien, entrelazar las manos y charlar mirándose a los ojos sin pantallas a la vista. La tecnología no sirve para todo. Es más, hay cosas para las que deberíamos descartarla puesto que uno de los daños colaterales de su utilización es que se ha convertido en el mayor “ladrón de atención” de la historia de la humanidad.
La construcción de relaciones humanas sólidas y las redes de empatía en las empresas, son esenciales para construir negocios estables y resilientes. Para construir esas relaciones necesitamos prestar genuina atención a las personas. La tecnología puede ser un apoyo en ciertas circunstancias, pero ojo, no vaya a robarnos la atención.